A 50 años del Golpe de Estado en Chile: Testimonio de humanidad este 11 de septiembre

11 Septiembre 2023
Escribo estas líneas por la necesidad de rescatar una memoria que ha sido sistemáticamente ocultada durante 50 años.
Hermann Mondaca... >
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A 50 años del Golpe de Estado: Testimonio de humanidad este 11 de septiembre

Soy ariqueño, en enero de 1973, a los 20 años de edad, asumí como Presidente del Partido Federado de la Unidad Popular de Arica, representando a la alianza de Gobierno del Presidente Salvador Allende Gossens, en las elecciones de marzo de 1973, que llevaron al Parlamento a Vicente Atencio y Orel Viciani,  La Unidad Popular fue mayoría en Arica e Iquique, obteniendo el 50.2% de los votos. 

El cargo lo desempeñaría hasta el 11 de septiembre de 1973, a la vez era miembro de la Dirección Regional del Mapu Obrero y Campesino, que dirigían en ese entonces, Jaime Gazmuri Mujica y Enrique Correa Ríos.

El 11 de septiembre, me encontraba en una casa de seguridad ubicada en calle Vicuña Mackenna con Maipú, en el Almacén de don Serafín Gil, quién vivía con su generosa esposa, y sus bellas hijas Patricia y Verónica, ambas estudiantes del Colegio Santa Ana. Desde el primer intento de golpe –el tanquetazo del 29 de Junio de 1973-, la dirección del Mapu de Arica, funcionaba con una casa de seguridad rotativa, aparte de sus dos sedes públicas. Una de esas sedes quedaba en calle Lastarria y otra en calle Tucapel, en esta última era secretaria una joven estudiante de cuarto medio, nuestra amiga Clarita Milla. 

La casa de seguridad, funcionaba con turnos diarios entre  los miembros de la Dirección Regional, ese día yo estaba de turno. 

Alrededor de las 4 de la madrugada del 11 de septiembre, recibí un llamado de la Comisión de Organización, desde Santiago, en que nos informaron de la inminencia del golpe de Estado y del levantamiento de la Marina en Valparaíso. La llamada la realizó el ariqueño y amigo de infancia Hugo Rueda Vildoso. 

Me encontraba en el lugar con Pepe Fariña un joven músico ariqueño, también militante del Mapu OC, que hoy vive en Canadá. Después de avisar a los dirigentes del Mapu, del PC, del PS y del PR, de lo que ocurría en Valparaíso y Santiago, Pepe prendió una vela y me solicitó que nos diéramos un pausa, un breve respiro y escucháramos la Obertura de 1812 de Tchaikovsky. Pepe puso el long play en un tocadisco y comenzamos a escuchar con volumen discreto. Antes de ese momento no la había escuchado nunca. En los momentos más tristes de mi vida he vuelto a escuchar esta bella Obertura y sus acordes me han entregado siempre, una fuerza maravillosa de fe y esperanza.

Alrededor de las 8:30 horas de la mañana el Hospital Juan Noé –que quedaba a media cuadra del Almacén-, estaba acordonado por tropas del Ejército. 

Habíamos ocupado demasiado el teléfono para informar de lo que ocurría a los dirigentes de los partidos aliados, a los Comités Locales y a los dirigentes sociales, y temíamos un allanamiento. Decidimos salir de la casa a las 10:30 de la mañana con Julio Jiménez, quien era Secretario Regional del Mapu y quién había llegado a la casa de seguridad, un poco antes. Bajamos por calle por calle Maipú, y en calle Blanco Encalada, vimos que los militares allanaban la sede del PC y arrestaban a varios dirigentes. 

Posteriormente nos subimos a un camión que transitaba por General Lagos donde el chofer asintió a nuestro requerimiento de “hacer dedo”, y cuando pasamos cerca del Parque Carlos Ibáñez divisamos plenamente el Edificio Colectivo Vicuña Mackenna, donde vivían mi papabuelo Alfredo Raiteri Cortez y mi abuela Alicia Vásquez, junto a mi primo hermano Carlos Castex Raiteri (Departamento 15) y también vivían mi madre Luisa Raiteri, profesora, con mi hermana Marysol en el Departamento 11. A las 11 de la mañana ese primer piso del block Baquedano estaba repleto de militares que allanaban la casa de mi abuelo y abuela y el departamento de mi madre. A mi abuelo y a mi abuela Alicia, los había visto el día 10 y sería la última vez que los vería en mi vida.

Muchas emociones recorrieron mi mente, el allanamiento de la casa de mi papabuelo y de la casa de mi madre evidenciaba que la búsqueda de nosotros, se intensificaba. El camión nos dejó en Diego Portales con Santa María, y decidimos avanzar hacia la Población Juan Noé, en el camino nos cruzamos con otro joven militante, Fidel Guerra -hoy vive en Canadá-, y le solicité que fuera a casa de Rosalind mi ex mujer e hija Cecilia, de solo un año y medio de edad y les dijera que me encontraba bien y que apenas pudiera me comunicaría con ellas. Apareció entonces como por milagro, el compañero Raúl Carvajal, también militante y nos sorprendió con la noticia que tenía disponible la casa del compañero Díaz, y que tenía las llaves, y la podíamos usar como casa de seguridad. 

Llegamos a otra casa de seguridad ubicada en la Población Juan Noé, nos juntamos 3 miembros de la dirección del Mapu, Julio, Daniel Gómez y el suscrito, e hicimos un primer comunicado a la militancia, había que quemar la documentación comprometedora y establecer de inmediato redes de solidaridad. 

Me quedé sentado en un camarote y se me vino a la mente la imagen de Ana Frank y que quizás me pasaría varios años –como ella-, encerrado en ese camarote. No sabíamos lo que venía, nadie lo sospechaba. Al poco rato sin embargo, nos llamaron al teléfono de la casa, avisándonos que el dueño de casa  había sido detenido en su lugar de trabajo. La casa de seguridad ya no servía. 

Caminamos rápido, uno a varios metros del otro, y así llegamos a la casa de Nelson Braña, también militante del Mapu OC, quién estaba con su esposa, Edith Lillo, Asistente Social, junto con ofrecernos un desayuno, comenzó el intento por transformarnos y alterar un poco nuestras  características físicas. Me acuerdo que trataron de pintarme el pelo de otro color, pero no funcionó. Finalmente me corté el pelo bien corto –lo usaba largo-, y me puse unos lentes que semejaban lentes de aumento, un jockey, una camiseta de manga corta, pantalones cortos y zapatillas. Y me consiguieron una bicicleta pequeña con manubrio alto, tipo mountain bike, y así decidimos trasladarnos a una tercera casa de seguridad que apareció de repente. Varios compañeros llegaron a la casa de Nelson, recuerdo que también estuvo Juan Morales, que era el Presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad del Norte. Éramos muchos los que estábamos en la casa, había que salir rápido de allí. Decidimos entonces trasladarnos a una casa que quedaba en la calle Blanco Encalada con Chacabuco. Frente a una Servicentro o estación de bencina que existía en aquella época. En ese momento el Servicentro contaba con la custodia permanente de una patrulla militar. Con 2 Jeep, uno de ellos con una ametralladora punto 30, al mando de un oficial, con cerca de 10 conscriptos fuertemente armado. 

Entrar a esa casa implicaba un riesgo, pero decidimos jugar la opción del contrasentido, pensando que a nadie se le ocurriría que nos meteríamos justo frente a la patrulla militar que custodiaba el sector.

Así entonces comenzó mi trayecto en la pequeña bicicleta. La casa de Nelson Braña, quedaba en el extremo norte de Arica, frente a los tambores de Sica Sica. Literalmente había que atravesar toda la ciudad para llegar al sector centro. El trayecto sin embargo, fue más rápido de lo que pensaba, atravesé la ciudad, mientras el movimiento de camiones con tropas y jeep militares se intensificaba. En ese momento, solo pensaba que tenía que llegar al número 790 de Blanco Encalada, pasado Chacabuco, la cuarta casa, que poseía una puerta antigua de color caoba, y después una manpara, la cual había que tocar, con una clave convenida…  

Al llegar divisé la patrulla militar en actitud vigilante y con la presencia intimidante de los 2 Jeep y uno de ellos, con la ametralladora punto 30, acompañada de 2 conscriptos, sin embargo, no me distraje más en la patrulla y comencé a rastrear el número 790 y el portón caoba, que fueron fáciles de ubicar, toqué la puerta con la clave convenida y casi al momento me abrió, Mardoqueo. Sentí un alivio el entrar en la casa y Mardoqueo me recibió con un gran abrazo de bienvenida. Era el primero que llegaba. 

En esa casa, días después viviríamos una historia maravillosamente humana. 

Permanecímos en esa casa Daniel, Julio, Mardoqueo y el suscrito. Mardoqueo era el dueño de casa. En ese entonces él tenía sólo 16 años, era militante del Mapu desde la Enseñanza Media y el año 1973, había ingresado a la Carrera de Trabajo Social, de la Universidad del Norte de Arica, en la cual cursaba el primer año. Mardoqueo era de total confianza, de una nobleza tremenda y un excelente y abnegado militante. Además de dueño de casa Mardoqueo, era el enlace que nos permitía la comunicación con el resto del Mapu OC y trasladaba los pequeños comunicados en sus calzoncillos.

A Julio y a mí nos habían convocado a entregarnos en los primeros bandos militares, que se transmitieron por radio y TV de la ciudad, que pedían por 5 dirigentes de la Unidad Popular de Arica, incluidos nosotros. Decía el bando “Las siguientes personas, deberán presentarse hoy antes de las 23 horas, en el Regimiento Rancagua de Arica, Hermann Mondaca Raiteri, Osvaldo Ponce Copaja, Julio Jiménez Alquinta…” de los otros 2 tengo una duda si el número 4 mencionado era Aquiles Quihuaillo y el otro era Rigoberto Soto. El bando cambió de tenor el día 17 de septiembre, expresando una orden perentoria y amenazante, con carácter de ultimátum: “Las siguientes personas, deben presentarse hoy, antes de las 24 horas, en el Regimiento Rancagua de Arica, si no, se atienen a las consecuencias”. Nosotros habíamos discutido la situación y tomamos una decisión colectiva: que no nos entregaríamos, porque nuestra entrega habría sido traicionar a toda la gente que confió en nosotros. Sin saber, esa decisión nos salvaría la vida.

Así comenzamos a construir una rutina y convivencia en la vieja casona de Blanco Encalada 790, era una casa grande, entrando estaba el living a mano izquierda, era amplio y grande con muebles antiguos, después venía un pasillo largo, y tres habitaciones a las que se entraba por el lado izquierdo del pasillo, al final había un patio de luz interior, donde estaban el baño, la cocina y el comedor que era una sala amplia. Daniel, Julio y yo nos instalamos en la tercera pieza, al lado del patio de luz. Al living prácticamente no íbamos. El único que salía de la casa por cierto, era Mardoqueo, que salía temprano a hacer su rutina como estudiante universitario, a contactarse con la organización y a comprar los comestibles. Generalmente llegaba a las 13:30 horas, almorzábamos y después volvía a salir. Por norma, hablábamos en voz baja y habíamos diseñado un eventual plan de fuga, que en forma simple, era subirse al techo de la casa en el patio de luz, y convenir que intentaríamos cruzar los techos para llegar a la calle O´Higgins y General Lagos.

Al séptimo día de encierro como a las 11 de la mañana, comenzaron a golpear la puerta, la mampara, cuyos golpes se escucharon en toda la casa. Tan fuertes eran los golpes que pensamos que echarían la mampara abajo. 

“Vamos al patio de luz”, dijimos en voz baja.

Lógicamente nos inundó el temor pensando que había comenzado un allanamiento. Sentimos que el corazón se nos salía por la boca. 

Posteriormente, sentimos un fuerte golpe que abría la ventana de madera con barrotes de acero y caía algo pesado en el piso del living.

Posteriormente vino el silencio. 

Ninguno de nosotros atravesó el largo pasillo que separaba un pequeño patio de luz en el fondo de la casa, con la puerta de calle. 

A las 13:00 horas llegó Mardoqueo, le contamos lo sucedido, regresó al living y exclamó con temor “Es la maleta de mi papá la que está en el living. ¡Puchas estamos fritos, es mi papá!” 

Le dijimos a Mardoqueo que no había problema que fuera su padre, que le diríamos que éramos universitarios de Antofagasta, que esperábamos que nos dieran el salvoconducto para regresar a esa ciudad. 

Mardoqueo sin embargo, nos aclaró “El problema es que mi padre es Suboficial Mayor de Carabineros, en servicio activo”… La cosa se puso color de hormiga, no había tiempo para buscar otra casa. 

Ya estábamos siendo un lastre para el resto de los compañeros. 

Mientras nos poníamos de acuerdo sobre que hacer, tocaron la puerta y Mardoqueo le dio la bienvenida a su padre. 

Su padre venía sin uniforme, vestido de civil y con su arma de servicio al cinto. Por cierto, nosotros, no teníamos ningún arma de fuego. 

Nos presentó como compañeros de Universidad. Era el 18 de septiembre de 1973. 

Nos saludamos con don Mardoqueo, el Suboficial Mayor de Carabineros que le había puesto su mismo nombre a su hijo. Él era una persona joven de unos 53 años aproximadamente, muy educado, de rostro amable. Y que hablaba mirando a los ojos de su interlocutor. 

Entonces a alguno de nosotros se le ocurrió, para cambiar de tono y relajar la situación, que la visita de don Mardoqueo a Arica, ameritaba recibirlo con un asado de fiestas patrias. Daniel dijo “yo limpio y preparo la parrilla”, yo me ofrecí para lavar la loza y Julio, pondría la mesa. 

Mardoqueo, convocó a su padre para que fueran a comprar la carne, las ensaladas y el vino. 

Después del asado más tenso de mi vida, a Julio se le ocurrió que jugáramos naipes. Aprendí a jugar brisca. Don Mardoqueo era un profesional de la brisca, jugaba muy bien.

Conversamos de todos los temas del mundo, nos tomamos un vino y tirábamos las cartas. 

Como a las 11 de la noche el padre de Mardoqueo, que poseía su mismo nombre, dejó bruscamente las cartas en la mesa, El Suboficial sacó su arma de servicio del cinto, le sacó el cargador que dejó a un lado, guardó su arma sin balas en su cinto y nos señaló: 

“Bueno… hemos hablado de todo, nos hemos paseado por distintos temas mundiales y ustedes no han hablado de lo que está pasando. Díganme la verdad, yo sé que ustedes son altos dirigentes de la Ciudad. 

Acto seguido nos miramos entre nosotros y sin titubearlo le contamos que efectivamente éramos dirigentes que apoyábamos al Presidente Salvador Allende. Y cada uno de nosotros expresó su nombre, su edad y su cargo real. “Don Mardoqueo, soy Hermann Mondaca Raiteri, tengo 21 años de edad y soy Presidente de la Unidad Popular de Arica”, le expresé mirándole los ojos. “Soy Julio Jiménez Alquinta, Secretario Regional del Mapu OC de Arica”, tengo 24 años, señaló Julio. Y Daniel concluyó: “Soy Daniel Gómez Douzet, tengo 23 años, y soy Encargado de Organización del Mapu OC de Arica”.

La voz de don Mardoqueo se fue deslizando lentamente en el ambiente. “Cuando llegué tuve la alternativa de llevarme a mi hijo y avisarle a la patrulla de afuera o simplemente arrestarlos a todos”.

El padre de Mardoqueo nos relató que había sido un opositor a Salvador Allende, que nunca había votado por él, ni por la Unidad Popular. Pero que venía del sur de Chile y había visto y sido testigo presencial de cómo a 10 dirigentes campesinos que habían arrestado y los habían llevado al retén que él tenía a cargo, al interior de Valdivia, los habían sacado los militares y fusilado a todos en presencia de la dotación de Carabineros. 

“Jamás pensé que la reacción iba a ser tan brutal”, nos manifestó don Mardoqueo, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. 

Después prosiguió y nos señaló la cruda realidad que vivíamos, explicando que si en ese momento allanaban la casa, nos iban a fusilar a todos en el acto y aparecería la noticia, como una sublevación con miembros de Carabineros. 

Le pedimos que nos diera tiempo hasta las 12:00 horas del día 19 de septiembre. 

Después don Mardoqueo con tremenda emoción, le habló a su hijo frente a nosotros y le expresó que si él nos hubiera entregado habría salvado su vida y la de su hijo, pero sabía que con ese acto lo habría perdido para siempre. Su decisión final estaba fundada en el verdadero Amor por su hijo y en consecuencia por los amigos de su hijo. 

Seguimos conversando hasta el amanecer... al día siguiente a las 11 de la mañana el compañero Octavio García, que hoy vive en Los Ángeles, California, nos consiguió que su tía,  una señora afro descendiente nos recibiera en su casa. La señora Juana, vivía en calle Maipú, entre General Lagos y Blanco Encalada, cerca de 4 cuadras de Blanco Encalada 790, en este caso Maipú 790. Increíble casualidad.

Cuando salimos de Blanco Encalada 790, en el patio de luz, me abracé al padre de Mardoqueo como si fuere mi propio padre y lloré esa hermosa amistad y profunda humanidad, que nos salvó la vida, agradeciéndole. 

Permanecí en Arica hasta noviembre de 1973, de casa en casa prestada, de manos solidarias a manos solidarias que nos acogieron con valor y desprendimiento inigualable. 

Salí de mi tierra por el desierto, con destino a Tacna comenzando una larga y textual travesía por el desierto.

Después ejercí mi legítimo derecho ciudadano a entrar y salir del país cuando quisiera, ingresando desde Argentina, nuevamente a Chile en el mes de octubre de 1975. De ahí no dejé de trabajar, junto a miles y miles por el retorno a la democracia. 

Agradezco a don Mardoqueo Jaramillo (Q.E.P.D.), y su gesto de humanidad, amor y tolerancia que nos salvó la vida.

Anhelo que este testimonio le sea útil a los nuevas generaciones, para un país que se reencuentre en su dignidad, en la justicia, en la defensa irrestricta de la democracia y la libertad y en el respeto irrestricto a los Derechos Humanos, para hacer de nuestra patria un país más justo, solidario y feliz.

Imagen de referencia: Flickr CC gviciano